"Cada vez que me sorprendo poniendo una boca
triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y
lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las
tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me
domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para
impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar
metódicamente el sombrero a los
transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar
tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se
arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco
pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no
hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos
grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano."