Mi cerebro podría estallar en cualquier momento llenándolo todo de vísceras y esquemas. Resulta irónico el optimismo cuando te das cuenta de que no es una elección, sino que es un hecho indiscutible autoimplantado vete a saber cuándo. La gente se acostumbra y hasta una misma se acostumbra también. Entonces todo gira de manera inevitable con las respuestas escritas y las acciones programadas. Condenada a ser feliz, sientas lo que sientas y te duela lo que te duela. No importa el mal sabor, lo tragas. No importa la pendiente, la subes. En realidad los optimistas somos unos resignados que por no complicarnos y por no perdernos, nos contentamos hasta con las piedras. Pero eso no es nada malo, al contrario, es cojonudo, sobretodo para las personas que tienen un incansable optimista en sus vidas. Sin embargo, existe un enorme riesgo anímico escondido detrás de esas ganas de vivir, de esa inagotable energía. Y es que cuando un optimista se cansa de verdad, es relativizado por todo su entorno porque tienen asumido que enseguida él solito se cargará las pilas.
.